Sofía Guggiari
Tenía sangre en las manos y en las sábanas. Esto es menstruar, pensé. La primera vez que me vino fue a mis 13 años y todavía no estaba ni enterada de lo que podía o no mi cuerpo. Sabía por mis amigas que que te venga era algo que te metía automáticamente en el grupo de las santas-selectas. Estaba ansiosa por contarles. Pero repetía con cierta angustia en mi cabeza: “¿Selectas para qué?̈”
Mi mamá me acompañó a la farmacia y después me dio una serie de explicaciones sobre higiene adentro del baño. Era como un secreto. Lo que más me llamó la atención: el uso de algodón envuelto en papel en caso de no tener toallita ni tampones. Me estaba preparando para la adversidad. Pero eso lo supe mucho después.
Fuimos a la casa de unxs amigxs de ella. Empezaba a extrañarme con la escena. Algunos murmullos, miradas expectantes y algún que otro Felicitaciones. Un miedo invadió la tarde. La toallita-algodón que se me salía por entre la bombacha me hacía manchar con sangre de indignidad y vergüenza. Algunas sillas y los sillones del lugar denunciaban mi estado chorreante, como si manchar una silla fuera un delito, algo malo, de qué avergonzarse. Tenía mal puesta la toallita, una torpeza que tampoco se espera de la feminidad. Una sonrisa radiante y disociada mientras emanaba olores extraños, la vejiga me explotaba, sentía una hinchazón en la panza y los pezones recién nacidos me empezaban a doler. ¿Las selectas manchan los sillones y huelen mal? Ahogada por esa escena, que me dejaba ridícula, me escondí en un cuarto para poder llorar. Al otro día, en el colegio, aparecieron los secretos pudorosos, los chismes de chicas con los humores dados vueltas, los afectos a flor de piel, la toallita mal puesta y el asco de la mirada de los varones: no me había convertido en santa, me había hecho señorita.
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El nacimiento de Occidente fue también el nacimiento de la separación entre la carne y lo sagrado. De un lado, lo profano; del otro, lo divino y lo casto virginal. La Virgen María como fundamento de la mujer moderna, no menstrúa pero sí da hijos. Es la santa por excelencia, sin el temblor visceral del sexo y los fluidos de un cuerpo vivo. Mientras se adora a la madre toda pura se rechaza con asco y odio el cuerpo que puede sentir, menstruar y gozar. La sangre menstrual pasó de sagrada en algunas comunidades antiguas —hasta a veces relacionada con la organización comunal— a significar la inmundicia y maldición a partir de la Época Medieval. A partir de entonces, la menstruación como fenómeno de los cuerpos útero-portantes quedará asociada a enfermedad, disfuncionalidad, desecho, contaminación, defección, hasta flujo peligroso, que podía llegar a arruinar sembrados o matar animales. En época de caza de brujas, sin lugar a dudas, obra del diablo.
En el siglo XIX, con el nacimiento de la Psiquiatría, tenemos a la histeria como desorden pasional estrella por la presencia del útero (hysteron = del griego, útero): la menstruación como estado patológico.
Hoy en día, incluso, llama la atención que exista un Trastorno Disfórico Premenstrual, un estado grave del mismo síndrome, con síntomas de depresión, irritabilidad y tensión. Por asqueroso o patológico, la menstruación siempre fue algo que había que esconder. Encerrada en el clóset de lo privado, la información circulaba en las transmisiones intergeneracionales: madres, abuelas, bisabuelas.
En ocasiones, la primera menstruación todavía funciona como rito de iniciación, que anuncia la posibilidad de gestar: hacerse señorita. La niña, por ecuación obligada, se convierte en una futura mamá. Santa, pero no tan santa. Madre pero no casta. Así, siempre en sospecha. Y entramos al mundo público totalmente separadas de nosotras mismas.
¿La patologización o estigmatización histórica de la menstruación, así como de los cuerpos útero portantes, no es acaso un modo de expropiación de múltiples saberes propios de nuestros cuerpos? ¿Cómo reapropiarse entonces, sin culpa ni miedo, de un cuerpo que está significado en la historia del heteropatriarcado, constitutivamente enfermo, patológico, defectuosamente pasional o funcionalmente útil para procrear? ¿Cuál es la consecuencia actual de esta separación entre el propio sentir y el sentir impuesto?
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Simone de Beauvoir, en su libro El segundo sexo, ubica que en el periodo de la menstruación la mujer siente su cuerpo como una cosa opaca y enajenada: la mujer es su cuerpo, pero lo vive como algo que no le pertenece.
El cuerpo es un territorio ambiguo de afectos, afecciones, saberes, marcas. Efectos del mundo sobre nosotrxs. De batallas y de la posibilidad de hacer síntomas. De experiencias de placer y de dolor. Nuestra historia está en nuestras vísceras y en nuestra piel. En este sentido, a lo largo de la historia oficial, las feminidades, despojadas de la posibilidad de la apropiación afectiva y sensorial, tuvimos que disponer nuestras fuerzas eróticas, psíquicas y sensibles para sobreadaptarnos a los relatos de lo que se suponía y se esperaba de nuestras vidas. Imperativos, mandatos, obligaciones, guiones que nos alejaron y muchas veces nos siguen alejando de la singularidad sensible de cada quien. La separación de este cuerpo, distinto de ella misma, de sus propias fuerzas afectivas, produce el fenómeno de disociación: un conflicto de intereses entre la pasividad supuestamente constitutiva y el gesto que rechaza el imperativo a agradar. Disociación entre los sentires de nuestros cuerpos y las marcas psíquicas y sentimentales de los mandatos de género. Separación de la obligación de ser santas y su reverso, el castigo por no serlo, que nos vuelve culpables de nuestra impureza sexual. Movimiento ambiguo que implica negación, defensa y síntoma. El síntoma siempre devela nuestra opresión.
¿Qué es la disociación si no un mecanismo ambiguo de huida frente a la insoportable enajenación de nuestros propios cuerpos?
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La menstruación es una experiencia carnal, profana ante los ojos del mandato de pureza. Puede significarlo todo o no significar nada pero siempre es nuestra. El encuentro con un cuerpo que irrumpe. La sangre, los olores, las molestias, las sensaciones corporales. Pero la historia no oficial de la menstruación es también la historia no oficial de nuestro cuerpo y de sus múltiples combinaciones con el mundo. De nuestros tactos, pieles, erótica y visceralidad. Expresiones de un cuerpo que no puede ni debe ocultarse, ni mostrar complacencia ni felicidad para los demás.
La filósofa y escritora Sara Ahmed hace una critica feminista al mandato de felicidad. Tomando la figura estrella de la santidad, el ama de casa, piensa que el imperativo de felicidad —ser y hacer felices— como modo de obtención de cierto lugar en la sociedad a costa de “un tipo de desaparición, una pérdida de posibilidades, la incapacidad de hacer uso de las facultades del cuerpo, de descubrir qué cosas puede hacer ese, su cuerpo». Huir del mandato, atravesar su pérdida, es también el encuentro con nuestras posibilidades, deseos, cuerpos, curiosidades e imaginación.
Mi performática pública de joven feliz de aquella tarde de mi primera vez, mi radiante sonrisa disociada de santa-selecta, de señorita preparada para cumplir con el rol de feminidad, se oponía a la humillación, el miedo, los olores, las sensaciones húmedas, los dolores y las incomodidades, la sensación de ahogo y las ganas clandestinas que tenía de acabar la farsa que me hacía separar de mí.
Re-apropiarnos de nuestras historias, de nuestros cuerpos y sus acontecimientos, de nuestros relatos, de nuestros afectos como efectos del mundo en nosotrxs, es la posibilidad de producir una contra-historia, un contra-archivo, una salud. Re-apropiación también de un erotismo sagrado —no confiscado por los discursos new age, neoliberales— sino monstruoso, místico, subversivo y carnal.
Sofía Guggiari
Nació en Buenos Aires en 1987. Es Licenciada en Psicología (UBA), psicoterapeuta, performer y escritora. Investiga, da talleres y escribe sobre salud, erótica, afectividad y feminismos. Publica en medios como página/12, Tierra Roja y Agencia Paco Urondo. Durante muchos años se dedicó al campo del arte escénico como actriz, directora y dramaturga. Tiene dos libros publicados, Temblar: relatos eróticos (Milena Caserola, 2020) y Criatura (Milena Caserola, 2023).