Laura Haimovichi
Oleadas de calor bajan desde la cabeza hasta las bases plantares, me sacudo en noches afiebradas, la casa que habito es extraña. Se extiende y se contrae sobre una superficie oscura, abisal. Los fluidos emanan del cuerpo que soy, camarada aborrecido y amado, cofrade de nomadismos y prolongadas estancias en espacios luminosos con aromas turbios, ácidos, perfumados.
Antes de decir adiós, señorita Menstruación, monstrua de los Trapos Rojos, mientras me van abandonando los chorros tercos a los que llamaron con el masculino Andrés, el que viene una vez por mes, me preparo para una bienvenida.
Será una ceremonia en simultáneo de Hola y de Hasta la vista, una transición novedosa, sin más pastillas, espirales ni diafragmas, seguro astillas saliéndose de las casillas, el movimiento indetenible de la vida, un miedo menos, ritual sin cristal, porque nada es para siempre, no se abrocha el bochorno, retenerlo fracasa, es inútil, te deja en carne viva, frágil, con cicatriz.
Antes de sacarme el camisón, enroscar el pijama, comprobar que no hay pena ni prenda que aguanten, ningún trapo ni bandera absorbente, desnuda suda, imposible evadir la mojadura, disminuir esa lluvia, pondré un pie, luego el otro, me arrojaré a lo que venga y testearé el nuevo andar de humanidad compañera, aprendiendo a envejecer en esta escuela.
Me acomodaré disponible, separaré las piernas más lentas, indagaré membranas y corolas, las que la ferocidad del tiempo otoña. Inspiraré y exhalaré profundo. Viajaré desde la superficie ajada de la piel, musculatura, huesos, cartografía completa de accidentes.
Ya las yemas de los dedos danzaban en el hoyo, se enredan en el vello de plata. Digo concha, caliente, espuma, miel, excitación, rabia, puta, leche. Ya no será la monstrua mi testigo relevante, no pariré más hijos, llegará otra clase de dicha… de lucha. Mucha atención y escucha.
Es verdad que una voz no es la persona; es algo suspendido, separado de la solidez de la materia. Pero hay que decir, callar nunca. Hablar provoca, tiene efectos, reeduca el sentir. Habrá que arder, buscar aire en la delicia, olisquear lo prohibido, degustar hongos, sustancias para qué. Cachivaches dejarán de rodearme, me refugiaré en las sombras, ampliaré la anchura del pensar.
Antes de decir adiós, chau, hasta siempre, Menstruación, te advierto: te seguiré queriendo, en la evocación. Abriré orificios y estaré atenta a ese tiempo en que la sangre derramada, la fluidez y el enchastre serán nostalgia y su ausencia, otra fertilidad.
Me pondré y sacaré bombachas sin reparar en el dolor mensual, menstrual, mezcal, me lavaré el pelo contrariando a las abuelas. Frotaré cada calzón contra la tabla, contra la afirmación doméstica, contra lo maternal. Seré para mí, la mujer. No seré máquina. Abono florido, adiós, chau, poción sagrada.
La anunciación menopáusica va. ¿Será todo en caída, resta o contorsión? La vulva es delicada, solícita al desliz sin interrupción, sin amenaza de desierto con cactus, no hay sequedad que lo pueda todo.
Amor con libertad, sin terrores ni amarres. Goce del explorar aunque no siempre se goce y se esparzan por ciclos las fresas de la amargura.
Olvidaré el dolor de ovarios, las puntadas en la panza, las tetas arrebatadas, semiología de un cuerpo con novedades, siempre glorioso. Descontrol de calendarios, soles y lunas, e inmersión en el placer con acción, sin distracción, tarea de orfebrería. Fábula erótica, telaraña de misterios, indiferencia al ridículo, narrativas imaginadas que por fin se realizan. Correr el velo frente a los dones, compartir la pericia, los pequeños saberes. Estar para el abrazo.
Menopausia, del griego menos, menstruo. Y pausis, cesación. Se va, el Monstruo ya se va. Declina la secreción de estrógenos por la pérdida de la función folicular. Puede endurecerse la abertura vaginal, arder, picar, marchitarse. Pero el sanseacabó de una regularidad invita a otra música, sorprendentes placeres y texturas.
Antes de que te dé el alta y de agitar el pañuelo, Menstruación, recorreré el algodón, el siempre libre, sus fibras vegetales, las vendas de la emergencia, las toallitas, los tampones duros. Despediré cada dispositivo que acompañó el período cuando la regla era sucia, antihigiénica, vergonzante y silenciosa. Nadie la había explicado ni le daba sentido. Éramos ignorantes de nosotras. Poco y nada sabíamos.
Días de Evanol y bolsas de agua caliente, de ir a la cama para que el cuerpo descanse, pegar el grito, refugiarse de la hostilidad del mundo ansioso, polvo y piedra entre las arrugas de las sábanas, banderas de femineidad.
No voy a medir la temperatura basal, no voy a clausurar el agujero interior, el del trauma, no seré productiva en la inestabilidad de “esos días”. Dejaré de pagar con mi escaso salario basura a toneladas.
Antes de decirte adiós, chau, Menstruación, evocaré aquella vez en que me asustaste porque eras tabú, plena represión, durante la visita de Johnson & Johnson, cuando echaban del aula a los varones.
Brindaré con la tribu femenina alzando la copa menstrual, con ese borgoña amarronado, estallado de rubíes sorbidos, disueltos en los varietales del vino. Levantaré el cáliz, regaré las viñas de ira, consagraré la tierra y el latido.

Autora de los poemarios Broderí, De par en par, Agua en la luna; del volumen de crónica Laetitia. Crónica de un desnudo; y de las novelas El legado de Aarón y Los desbordes de Emilia (inédita), es co-editora del libro de obras textiles El bordado como trazo. Periodista del diario Página 12 y de las revistas Lugares, Nueva Sion y La Agenda de Buenos Aires, escribe cada semana la columna «Soy gorda» en elDiarioAR. Fue jefa de redacción de la revista Genios y editora del suplemento de espectáculos del diario Clarín. Estudió Periodismo en el Instituto Grafotécnico, Antropología en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la actualidad cursa Artes de la Escritura en la Universidad Nacional del Arte (UNA).
Los retratos bordados que acompañan esta publicación fueron realizados por Javier Fernández (@experimentostextiles)