Belén Risau

Trabajo actualmente para un municipio co-coordinando y compartiendo talleres de gestión menstrual sustentable junto a Natalia Dieguez. El espacio funciona hace meses y nos da la posibilidad de llegar a lugares a los que se dificulta acceder de otra manera: comedores, clubes barriales, escuelas y diferentes áreas del municipio. Hace un tiempo fue solicitado por la División Medio Ambiente del Servicio Penitenciario y se ofreció a Oficiales, Administrativas y Cadetas  en la Escuela del Servicio Penitenciario del Municipio.  Casi todas las asistentes fueron mujeres. Solo asistió un hombre, un oficial a cargo de las cadetas, que participó de un taller pero los presenció todos.

La primera vez que entré a la escuela me recorrió un escalofrío. Realmente no quería estar ahí. Mi tío fue desaparecido en dictadura y pienso que pudo estar en un lugar como este. Claramente, siempre me ubico del otro lado de las fuerzas policiales.

Más allá de la incomodidad y de saber que prefería que el taller fuera dado a las mujeres privadas de su libertad y no a las cadetas de Policía, recibo un sueldo por mi trabajo y no pude negarme. Pude entrar a la escuela un poco convenciéndome de que así tal vez contribuiríamos a que estas personas pudieran tener una mirada nueva y luego transportar eso a su trabajo. Me propuse no dar ni un paso atrás en cuanto a la info que comparto, ni modificar la manera en que hablo y me expreso.

¿Con qué me encontré…? Las primeras rondas fueron para oficiales y administrativas, mujeres de más de 35 años, con una carrera en el Servicio… Mi compañera y yo estábamos ahí, hablándoles de conectar con las sensaciones del ciclo y darle lugar a la emoción. Con el correr del taller fueron contándonos que para ellas “sentir” no era una opción. Como oficiales, no pueden mostrar debilidad. Si lo hacen, las acusan de “mariconear”. Sus superiores van a trabajar en situaciones de salud muy complicadas pero aun así no faltan para dar el ejemplo. Entonces, por un “simple dolor menstrual” ellas no pueden pedirse ni un día. También expresan que muchas veces no las convocan para distintos trabajos, como traslados, porque necesitan parar más veces al baño. Y afirman que ellas, como todas las mujeres, tienen que negar sus necesidades para demostrar que pueden hacer las cosas tanto como los hombres.   

Con las cadetas,  a pesar de que la dinámica del taller era la misma (siempre apelando a lo lúdico para incentivar la participación), la interacción fue otra. Al ser más jovencitas (entre 18 y 25 años), contaban con otro tipo de información, estaban más familiarizadas con elementos de gestión menstrual sustentable y conocían mejor sus derechos. Muchas nos consultaron por referencias de ginecólogos/as amigables. No quieren atenderse con los de la obra social que ofrece el Servicio.   

Las escuchamos contar que cuando ingresan en la Escuela (que en total les demanda tres años), durante unos meses es muy común que se les corte la menstruación por el susto que tienen. Cursan de lunes a viernes y a pesar de que cuentan con los fines de semana libres, “solo por respirar” las pueden castigar con la suspensión de las salidas. 

Hablando con oficiales a cargo, mencionamos que nos llamaba la atención que ninguna de las cadetas era madre y nos respondieron que no era así, que algunas son madres pero se ven obligadas a mentir, ya que es excluyente no ser madre para ingresar a la Escuela. Así que muchas de ellas, para procurarse una estabilidad económica, mienten sobre su maternidad y dejan a sus hijes en su lugar de origen para poder ingresar en el Servicio.

Un oficial varón a cargo contó que ahora a los chicos y las chicas que ingresan se les dan los contactos para hacer la denuncia pertinente si atraviesan alguna situación de violencia o abuso de poder. Consideraba que era una exageración, que en su época “se la bancaban más” y “no hacían escándalo por cualquier cosa” como ahora, que no entienden los chistes…

 

La realidad es que las asistentes venían al taller con desconfianza pero finalmente muchas veces teníamos que extender nuestra estadía porque cuando se soltaban nos contaban sobre sus menarquías, sobre remedios caseros que habían conocido a través de sus abuelas y de los problemas que les habían traído los diferentes métodos anticonceptivos que habían probado en su vida. En todos los grupos fue muy bien recibida la información sobre ciclicidad y se veía en sus caras que no estaban descubriendo algo nuevo, sino que podían ponerle palabras a lo que ellas ya conocían, de manera muy similar a lo que nos sucede en otros talleres. Son mujeres, como cualquier otra, y varias… tanto como yo… estaban en un lugar en el que no querían estar.

Belén Risau

Buenos Aires, 1982. Nació en el día más frío del año, dicen. Creció rodeada de muchas hermanas y tías, con sus aventuras y desventuras. El nacimiento de su hija, hace 18 años, le marcó un rumbo: acompañar y ser acompañada era vital para transitar la maternidad. Fue descubriendo las plantas como aliadas y el yoga como estructura de sostén en los procesos. Comparte esos recursos en su labor como Doula, alquimista y profe de Yoga. Ya a sus 40 decidió dar un paso más y está formándose como licenciada en Obstetricia para ejercer como Partera. La educación menstrual es parte fundamental de este camino que le ha traído, entre muchas otras cosas, amistades entrañables.