Como en cualquier situación que necesita rapidez y resolución, también en la emergencia global las mujeres salimos a cubrir los cabos sueltos: recaen en nosotras las nuevas necesidades de cuidado, educación, nutrición y sostén emocional/material.
A favor, no hay nada que aclarar: se trata de la pandemia como hecho globalizante, como excepción abarcadora, como inédito total. En contra, la situación que aparentemente nos iguala no es vivida del mismo modo en cada hogar.
Cuando el aislamiento preventivo se volvía obligatorio, muchos espacios de militancia de mujeres alertaron tempranamente: algunas quedarán encerradas con sus futuros femicidas; hay niñxs que quedarán encerradxs con sus abusadores. Por más buenos intentos (como el barbijo rojo o los videos que, en silencio, comparten las líneas de emergencias de violencia de género de cada país), no hay dispositivos de contención capaces de frenar los femicidios y la violencia intrafamiliar cuando la cotidianidad se reduce a un espacio compartido y cerrado 24/7.
Cuando las escuelas cerraron, fue rápido visualizar la escena: mujeres madres haciendo las veces de trabajadoras del hogar y maestras sustitutas, mientras sostienen su trabajo en formato virtual. La doble jornada se convirtió en triple. En el caso de hijxs con dos o más hogares, en algunos países las familias tuvieron que optar a cargo de quién quedarían lxs niñxs. Y no hacen falta estadísticas para adivinar que la mayoría se quedaron con sus madres. Con el régimen de visitas y el cuidado compartido suspendidos, más mujeres se quedaron con sus hijxs a tiempo completo.
Durante la pandemia, la investigación, las medidas gubernamentales y las estrategias personales cambian con el pasar de los días y las semanas. Uno de los ejemplos ante las restricciones de circulación es que las personas que crían solas –en su mayoría, mujeres– provocaron la revisión de medidas vinculadas a niñxs en el espacio público: no tener con quién dejar a niñxs en casa autoriza ahora a llevarlos consigo a hacer compras esenciales. Visibilizar esas situaciones resulta clave en la discusión por las políticas de cuidado, con o sin pandemia.
Cuando los prestadores de salud se ubicaron en el centro de la escena y el virus se convirtió en el centro de todo centro, las personas gestantes manifestaron preocupación por el abandono de su situación particular.
Cuando el tiempo transcurrió y tomaba una forma nueva, muchas mujeres hablaron de la cuarentena como un estado similar al del puerperio: un tiempo sin forma, donde la actividad onírica y la capacidad de recordar –pero también la angustia, la soledad y el aislamiento– forman parte de un combo que sacude la psiquis para siempre.
Cuando inició otro mes, muchas mujeres no pudieron reclamar ante un sistema judicial en pausa el cumplimiento de acuerdos legales como la cuota de alimentos.
En tiempos de excepcionalidad sanitaria, económica y social, algunos velos parecen haberse corrido: somos muchx犀利士 s quienes no deseamos volver a lo que llamábamos “normalidad”, que incluye para tantísimas mujeres el desigual acceso a educación y trabajo, maternidades obligadas, violencia física, obstétrica, económica y patrimonial, feminización de la pobreza y de las tareas de cuidado, entre otros.
A este momento de aislamiento le seguirán otros que no parecen auspiciosos. Con la posibilidad de un reordenamiento producto de la crisis, es imperativo seguir discutiendo públicamente estos asuntos para que no seamos siempre las mujeres quienes sostenemos el funcionamiento de una sociedad, incluso de una sociedad que ya no funciona.
Texto: Carolina Irschick
Ilustración: Clara Lagos