Male Chahín
Durante la última década me he identificado más de lo que quisiera con la figura del escarabajo de Kafka. ¿Cómo es posible que una se vuelva otra? Es extraño, pero doy fe de que puede suceder.
El desconocerse es realmente un evento doloroso. Mirarnos al espejo y no entender lo que vemos, intentar pensar y no lograrlo… pero la peor aflicción es la que nos lleva a esto: un dolor tan grande que no hay vuelta atrás. Es una muerte.
Un verano, hace nueve años, mientras disfrutaba la vida urbana de la ciudad que me vio nacer, y que no visitaba hace años, comencé a sentir un ardor en la zona baja de mi pelvis. Ese dolor agudo pronto se apoderó de toda la zona. Lo que por dentro eran agujas de fuego, en mis genitales se sentía como un bloque de hielo. Muchas conocemos estos síntomas, pero pocas los hemos sentido de forma permanente por… años. Cistitis. Sí, por años.
Nunca imaginé que este sería el primer síntoma de una serie de padecimientos, ataques, cirugías y cansancios tan extremos que la única palabra capaz de describirlos es tragedia. Intentando llevar una vida normal todo era un esfuerzo sobrehumano. Después del trabajo tenía que parar mientras caminaba al metro; me daba pánico desplomarme sola en la calle. Ese era el nivel de drenaje de mi cuerpo.
Fue mi acupunturista quien me dijo que todo eso era endometriosis. Seis meses más tarde, un especialista lo confirmaba tras haber realizado una cirugía y barrido de los nódulos que tanto mal me habían causado. Pero la cosa no terminó ahí. Supe por mi propia investigación que en realidad esta condición nunca termina, que está en estudio y puede ser muy variada en grados y síntomas.
Recuerdo la frustración que sentí cuando, después de la cirugía, pasaban los meses y seguía con dolores, molestias y la famosa “endobelly”, la pancita que parece un embarazo y que acompaña la mayoría de los casos de endometriosis. Los doctores, especialistas en el tema, solo me indicaban que tomara anticonceptivos… algo que no iba a suceder porque mi experiencia con ellos era tan mala que para mí era mejor tener los malestares de la “endo” que los de las pastillas. Hasta ahí había llegado la ayuda médica…
Es difícil estar esperanzada cuando una hace todo para que las cosas mejoren pero solo parecen empeorar. Agradezco ser optimista y sonreír ante la vida pase lo que pase. Y menos mal que lo que sea que está arriba nuestro pensó en sonreírme también: las estrellas se alinearon y me dieron el dato de una naturópata inglesa especialista en endometriosis. Gracias a ella entendí lo importante que es la alimentación, volver al ritmo circadiano, la salud intestinal y la suplementación natural para todo el cuadro que estaba viviendo. Literalmente, me cambió la vida. Empecé a estar mucho mejor, pero también me di cuenta de que dependía de ella para saber qué hacer. En ese momento llevaba ya varios años invirtiendo mi sueldo completo en mi salud. Necesitaba mucho dinero para poder sostener las consultas (en libras esterlinas), por lo que decidí comenzar a aprender por mi cuenta, para poder entender mi cuerpo y poder hacerme cargo de aquella metamorfosis.
Es curioso cómo actúa la vida. Todas esas ganas de querer estudiar por mi cuenta me hacían soñar cada mañana, antes de salir al trabajo, con quedarme en mi living soleado leyendo. “Desea y será concedido”, dicen… Un tiempo después, debido a grandes dolores al caminar y varias opiniones médicas, me operaron de ambas caderas por un pinzamiento. Ahí estaba yo, finalmente, leyendo al sol en mi living, solo que con dos muletas, muy poca movilidad y un dolor mucho peor que el que tenía antes de operarme.
Me costó mucho aceptar que me habían operado mal una cadera. He estado años en tratamientos y kinesioterapia sin parar, años en los que me he dedicado a leer, a estudiarme y observarme para, recién así, empezar a entender algunas cosas. Durante ese tiempo, obviamente, la endometriosis no desapareció. Por el contrario, se hizo amiga de mis caderas doloridas, avisándome cada vez que me iba a llegar mi período, dejándome entre tres y cinco días en cama por la imposibilidad de caminar.
De a poco, con mucha paciencia, aceptación, cuidados naturales, meditación, estudios y la ayuda infinita de mi gente, empecé a estar más funcional. Para fines del 2020, los dolores de cadera se hicieron tolerables y de a poco empecé a retomar la vida normal. O, al menos, eso fue lo que pensé.
Pasado un tiempo, el protagonismo de mis caderas comenzó a ser compartido con mi útero. De forma lenta y gradual mi útero comenzó a crecer, cargado de miomas y adenomiosis, la hermana gemela de la “endo”: los mismos nódulos, pero en este caso no fuera, sino dentro del útero.
Hice literalmente todo lo que estuvo a mi alcance para frenar ese crecimiento. Ya el primer cirujano me había dicho que mi útero estaba mal, y que era mejor sacarlo. Convencida de que yo tenía más poder sobre mi cuerpo que nadie, por nueve años busqué y visité todo tipo de especialistas en una variedad de lugares, fui acompañada por diversos terapeutas y muchas diferentes terapias: energéticas, biológicas, ancestrales, físicas, místicas y lo que sea que se pueda imaginar; estudié cosas que jamás pensé que serían de mi interés; cambié mi vida en 180 grados, mi rutina, mi alimentación, mis prácticas espirituales, etc., pero mi útero siguió creciendo.
Desde chiquita supe que no quería tener hijos. Nunca lo dudé y nunca fue tema, ni en mi familia ni en ninguno de mis círculos. Pero de ahí a sacarme el útero… no me gustaba nada la idea.
Para mí, el útero es un órgano sagrado. Es el que acoge y manifiesta a un alma que viene de otro espacio y dimensión. Es el que cada mes, antes de sangrar, nos acerca a sentires ancestrales, nos recuerda que tenemos que liberarlos de esta y por lo tanto también de esa dimensión mayor. Por ese órgano tenemos acceso a ese espacio vasto donde podemos elegir manifestar, ese espacio que es como el inconsciente, que contiene todas las posibilidades. Gracias a mi ciclo aprendí a conocerme mejor, a entender qué era mío y qué no. Aprendí a ser empática conmigo misma, a ver más allá de lo aparente, y a ser una mejor versión de mí.
Fue mi útero el que también me hizo saber que ya era suficiente. Un día, en la piscina municipal, me di cuenta de que ni siquiera podía nadar, sentía que me iba a ahogar, era como si me hubiese tragado una roca, no me entraba ni el aire. Claro… en el día a día ya se había hecho evidente, pero esa vez, en la piscina, decidí que era hora de dejar ir, y así lo hice.
Un mes y medio más tarde fue la cirugía. Aun con altos riesgos de resección intestinal y del uréter, sabía que tenía que hacerlo. Me preparé, hice ritos de desapego y le pedí a mi médico escuchar unos mantras durante la operación. Todo salió bien, no hubo resecciones, y di a luz a mi propio útero, lleno de tumores y tan grande como si hubiera tenido 11 semanas de embarazo.
Ya han pasado seis meses desde la cirugía y estoy contenta de haber tomado esa decisión. Mis ovarios siguen acompañándome y cada mes, a través de mis caderas, me dejan saber cuando mi ciclo comienza. Estoy feliz de no sentir la panza a punto de reventar y de que cada órgano tenga su espacio, porque cuando no lo tienen, se siente. Literalmente, me saqué un gran peso de encima.
Algo que me ha llamado mucho la atención todos estos años es cómo la gente tiene una aversión gigante a lo que no es productivo, activo, rápido y bonito. Al ir descubriendo mi cuerpo, tratando de sanarme, he escuchado incontables veces, con una seguridad de dios, “lo que tienes que hacer” para “arreglarte”. Hoy, lo que puedo asegurar es que los procesos son al ritmo de la Naturaleza, y aunque una no logre entender, una vez que mira hacia atrás, todo cobra sentido.
Creo que la forma más evidente de este impulso viene de un reflejo del sistema, y aunque nos cueste admitirlo, estamos en el centro, reproduciendo esto hacia afuera. ¡Mejórate! Si no lo logras rápidamente, lo estás haciendo mal. Si no vuelves a ser productiva en cierto tiempo, necesitas hacerte “una limpieza”. ¡Y esto lo digo porque a mí me lo dijeron muchas veces! No puede ser que todavía te sientas así, te deben haber hecho mal de ojo; tienes una maldición, etc. Es una pena que nos veamos así, que esperemos productividad permanente, en todos los sentidos. Hoy en día, y después de mucha negación, respeto el tiempo que mi cuerpo necesita para reponerse. Para estar tranquila, investigo por dónde viene la cosa, porque también me ponen nerviosa los tiempos… y me cuido con medicina natural, que ha resultado ser lo mejor y más definitivo en cuanto a mi bienestar. Esto es la aceptación de mi escarabajo, tal como lo expone Kafka, en un contexto de exigencia.
Por otro lado, todo este proceso me hizo volver a hacer arte. Me había alejado por diferentes razones, y un día tuve un sueño. En ese sueño, una mariposa de oro me mordía la mano derecha. Como me dolía, sacudía la mano y, sin querer, la mataba. Sus alas de oro quedaban en mi mano. En mi casa estaban mis dos madres, y una de ellas salía de mi estudio (abandonado en ese momento), y me decía: ¡Ah! ¡Pero si está lleno de ellas aquí! Entraba a mi taller, estaba oscuro y de un pequeño espacio en el suelo, lleno de gusanos, nacían decenas de mariposas de oro. Meses después, me di cuenta de que las alas de las mariposas tienen forma de pelvis.
Ese sueño, junto con una necesidad imperiosa de estar en la Naturaleza, me hicieron comenzar a poner las manos en el barro, y a hacer cerámica. Junto con ese comienzo, decidí que si iba a volver al quehacer creativo lo iba a hacer desde la ofrenda y la invocación. Olvidamos que cuando ponemos el foco en algo, estamos llamándolo, y si además creamos una manifestación material, le damos extra fuerza. Me di cuenta de que el sentido mágico del arte prehistórico ERA, ES, y yo lo había olvidado… Creo que no está de más comentar que mi obra, antes de todo esto, era bastante descarnada, justamente con el foco en la pelvis. Hoy trabajo desde lo natural e involucro diferentes elementos. Con esto invoco armonía, no solo para mí. La armonía implica que sea con el todo, y esto sí que tiene sentido. La búsqueda de armonía me hizo volver al arte.
Es curioso, pero después de una década de cirugías y dolores, hoy soy más feliz. Cuando la vida te lleva a esos lugares, solo quedan dos opciones: quedarse en el padecimiento o ir a descubrir la vida del espíritu que nos anima. Cuando elegimos la segunda, el regalo es más grande que cualquier dolor.
Male Chahín
Nació en Santiago de Chile en 1982. Estudió Artes Visuales y realizó un máster en producción artística en la Universidad de Barcelona. Su obra ha sido expuesta en Chile, Australia, España, México y Argentina.
Retomó su trabajo artístico el año 2022, después de varios años alejada del arte y luego de atravesar varios temas de salud y cirugías. Actualmente se encuentra realizando una investigación visual sobre la Naturaleza y sus polaridades bajo una mirada que integra extremos históricamente rechazados por la cultura occidental.
Su búsqueda se basa en su propia experiencia y explora el dolor, las transformaciones y la muerte desde una mirada que permita generar reflexión en las fisuras de aquello que nos disocia del cuerpo y de los espacios que transitamos, abarcando inseparablemente el ámbito natural y la dimensión espiritual.