Lorenza Urbani Lunetta
Serán mis Guías dos matices de rojo fundamentales en mi vida: mi nariz y mi sangre menstrual.
El rojo es un color fuerte. ¿Cuántos rojos existen?
Es “socialmente” aceptado cuando indica pasión (claramente, el amor romántico que nos vendieron como realidad engañosa heterosexual), cuando en el día de los enamorados el comercio nos invade visiblemente con publicidades de corazones o regalos rojos. Es aceptado en las escenas de violencia, de sangre roja que se derrama, es aceptado en las guerras. Es visibilizado en películas o series agresivas, donde los cuerpos sin dolor son mutilados y vendidos para ganar dinero hollywoodense sin pensar en las consecuencias. Ese es un rojo que vende y está bien.
Luego, está el rojo de la sangre y de las enfermedades, el rojo del miedo y de la muerte física, el rojo que solo pueden enfrentar los médicos y las industrias farmacéuticas.
Sigue el rojo de la matanza de los animales en manos de la industria alimentaria capitalista, bien tapado por carteles de vacas y pollos felices en las carnicerías.
Y allá en el fondo hay otros rojos que ya no son rojos, porque no pueden brillar ni mostrarse. Son rojos tabú, demoníacos o silenciados. Conviene dejarlos desteñirse.
El rojo menstrual de las toallas en la publicidad que era azul (la clara menstruación de la Pitufina), el rojo de las mujeres que son golpeadas y violadas (qué rojo más doloroso), el rojo amarronado sagrado de la primera menstruación de una niña, el rojo de cada ciclo de la vida de una mujer, el rojo de la sangre que a veces aparece durante la primera relación sexual, el rojo de la sangre durante el parto, el rojo del post parto, de los pezones agrietados que amamantan y los últimos rojos de la menopausia. Esos rojos son teñidos de suciedad e invisibilidad para patologizar nuestros ciclos.
¿A qué huelen estos rojos? ¿Qué nos susurrarían si pudieran hablar, si no hubieran sido silenciados, ocultados o modificados?
Para mí estos rojos, que ocultan dolor y misterio mágico, han de ser visibilizados, honrados, escuchados y guardianados. Contarían historias ancestrales de secretos femeninos, de poderes y revoluciones internas. Escribirían poemas llenos de verdades, metáforas perfumadas y rimas divertidas. Lloraríamos y nos emocionaríamos con sus relatos llenos de aprendizajes, nos darían rabia y esperanza para seguir nuestros caminos.
Me gustaría escribir y leer partes de esos rojos con mi nariz de payasa, porque la nariz hace que pueda ser yo misma, que pueda aceptar luces y sombras. Las payasas no tienen filtros, no mienten, dicen la verdad real y cruda. Las payasas están al servicio de quien mira y se desnudan, se autocritican, se caen, fracasan y vuelven a sonreír. Usan zapatos grandes porque se sienten más grandes de lo que son, porque piensan que sus pasos van más rápido y en realidad caminan más lento y más torpe. Todo el mundo lo sabe, pero nadie lo dice porque la caída de una payasa nos hace reír de la torpeza interna que todxs tenemos.
La nariz roja permite empatía y utopía. Las payasas estamos al servicio de hablar desde la inocencia revolucionaria y desde la propia verdad. La nariz roja jamás dice “no”, es positiva. No de un optimismo new age sino de una filosofía de aceptar la realidad tirándose a la pileta con un sí de coraje y atrevimiento. Desde el sí la nariz roja se indigna de las injusticias, lucha, marcha, amamanta y cicla, protesta, ataca el sistema que la oprime, busca coherencia entre palabras y acciones. Y como cuesta lograrlo, intenta de muchas formas y no le importa cuántos intentos va a necesitar. La nariz roja es locura de amor por el rojo y sus matices. La nariz roja es anárquica y revolucionaria en lo cotidiano. La nariz no se esconde, ama actuar y reír en compañía y en soledad.
¿Acaso no es así la Sangre Menstrual?
La Sangre Menstrual es como un libro de poesía. Entrar en el mundo de símbolos y metáforas de los pensamientos menstruales cíclicos: vale reírse, vale subrayar los errores gramaticales, vale dibujar caritas en los conceptos que nos llaman la atención, vale saltarse páginas, vale leer al revés, vale dibujar arriba de las palabras, vale usar el libro como posa pava para el mate, vale poner entre las hojas flores secas que perfuman las palabras, vale no entender nada, vale sorprenderse, vale tener ganas de gritar, vale llorar o no sentir nada de nada. Vale arrancar una página y usarla para prender un fueguito y quemar las penas. Vale gozar y vale volver a reírse. Vale todo porque lo elegimos y buscamos libertades cotidianas desafiando lo que nos rodea.
La nariz roja habla y mira al mundo con curiosidad.
La nariz roja mira a la Menstruación como si fuera el Mundo.
Menstruación como rebeldía placentera
Menstruación como misterio
Menstruación como acto revolucionario
Menstruación como enraice
Menstruación como presencia
Menstruación como ritual
Menstruación luego de la ovulación. Ella, aún más silenciada. Ella, que es una O grande como una Luna Llena. Ella, que es la carcajada de la Payasa luego de la caída menstruante.
Y así es la ciclicidad: la payasa cae, se levanta, se ríe, llora, ovula y menstrúa.
La payasa nace, crece jugando, tiene su menarquía, cicla, ovula, menstrúa, se embaraza, pare, alumbra la placenta, amamanta, tiene una pérdida gestacional, duela, vuelve a ovular, vuelve a menstruar, sigue amamantando… hasta que un día deja de ovular, deja de menstruar, conoce el climaterio, la menopausia, navega otras aguas hormonales hasta morirse.
Y la Nariz Roja siempre la acompaña. El Rojo siempre está.
Lorenza Urbani Lunetta
Nació en Padova (Italia) en 1983. Pedagoga Menstrual, Payasa, Madre Ecofeminista, Facilitadora Lúdica y aprendiz Huertera. Escritora insomne lúdica. Creadora de EML [Educación Menstrual Lunática] y del libro “Irupé y la Menarquia” con Amanda López Cobo. Facilitadora del proceso formativo “Migrar hacia la Educación Menstrual” y creadora del proyecto italo-argentino “Pedagogía Cíclica”. Integrante de la Red de Circuladorxs y co-creadora con Daniela Sequi del proyecto “El Valle Menstrúa”.