Es imperioso ser madre de ese hijo que se escurre. Nunca imaginó una situación así, pero sabe qué hacer. Lo besa. Lo acaricia. Le agradece haber venido. Le dice que no tenga miedo. Trata de imaginar un “más allá” y lo consuela (y se consuela) diciendo que hay otrxs que ya han partido y no estará solo. El padre, a su lado, la sujeta firme. En el fondo, él tiene esperanza. Se aferra a la idea de que la muerte puede arrepentirse de haberse acercado tanto.
El bebé muere. Y mientras su cuerpo se enfría, el de su madre arde entre la desesperación y la impotencia. Parece un mal sueño y es necesario un esfuerzo para situarse en esa realidad. Está pasando: el bebé que acaba de nacer, acaba de morir. Todo parece irreal. No sólo es algo inesperado. Es una muerte tan intempestiva como impensable. Forma parte de esas cosas excluidas de lo posible. Pero ocurre. La madre sólo puede llorar. Ha dejado de entender. No sabe qué hacer y, en algún punto, se desconoce. Es puro estupor. No se anima a pensar y se abruma al sentir. Trata de aceptar, pero encuentra resistencias en su propio cuerpo, que continúa comprometido con esa vida que ya no es. Mientras llora, brotan gotas de leche que ya no tienen destino. Se sienten demasiado crueles, casi violentas. Recuerdan lo que pudo haber sido y no es. La madre implora que hagan algo para detenerlas. Y como si fuera una opción voluntaria, recibe indicaciones para acallar al cuerpo.
El tiempo se detiene un poco antes que las mamas.
Además de licenciada en Sociología, doctora en Filosofía y docente universitaria, Ailin Reising es una mamá a la que las vueltas de la vida acercaron a la reflexión sobre la muerte y las emociones.
A cuatro años de la llegada y la pronta partida de uno de sus hijos, toma coraje y pone en palabras su dolor y sus procesos. Porque la palabra es el mínimo código común en que podemos compartir situaciones siempre tan únicas, pero también tan eco de dolores de otrxs. Al leer su duelo como una oportunidad de dialogar con esos otros dolores, deja de ser “su propio duelo” y toma una dimensión compartida que lo saca de ese lugar al que culturalmente este tipo de pérdidas está condenado: la esfera de lo íntimo, lo personal (a lo sumo, familiar), pero en silencio respecto del resto del mundo.
Contundente y tierna, como es ella, nos regala sus “Escenas de duelo perinatal”.
Gracias, por compartir un suceso de tu vida tan traumático y doloroso, que no dudo ha dejado un huella de gran aprendizaje a tu alma herida de mujer/madre.
Me impactó leer tu nombre, que es igual al de una de mis nietas gemelas Ailín y Luana que en Nov. de 2020 cumplieron 20 años, mientras te escribo no deja de latir muy fuerte mi corazón porque te pienso en ese momento de desesperación infinita y sentir que se cae en un abismo sin fin.
Todo en esta vida es un gran camino de constante evolución individual y colectiva.
Te envío un cálido abrazo de alma a alma, de corazón a corazón 🙂
PD: espero no haberte abrumado con mis palabras, salidas de mi corazón con el más absoluto respeto.
Hola Susana! Disculpas la tardanza en responder. Estoy aprendiendo de este mundo de redes y suelo perderme.
Qué regalo hermoso tus palabras. Me llega el abrazo de alma a alma.
Así es, como decís, la vida es un gran camino y hay cobijo individual y colectivo. Gracias por salir a mi encuentro y unir tu abrazo al mío y al de tantas madres que conocen ese abismo.
Con cariño,
Ailin