Niza Solari, sanadora chamánica feminista con raíz huilliche, nacida en Punta Arenas el 15 de noviembre de 1966, trabaja actualmente con el Círculo Social de Terapeutas en Valparaíso, desempeñando un trabajo profundo de sanación de la violencia de género hacia las mujeres.

¿Qué hago?… Invito a morir, invito a deconstruir de manera profunda todo aquello que hemos creído ser y a través de lo cual sufrimos, a que las personas mueran en aquello que este sistema nos ha impuesto como verdad. A que vayamos al subconsciente y lo descolonicemos, limpiemos todo aquello que ha sido puesto ahí a través de milenios patriarcales. Y como toda la historia está contada desde ahí, yo invito a que la revisemos y partamos por la personal, y de ahí vamos deconstruyendo otros mitos fundantes en nuestra vida.

La gente que llega a ti a morir, ¿llega a partir de una crisis?

Trabajo mayoritariamente con mujeres, los hombres huyen pronto, salen diciendo que soy muy feminista, pero no se miran, terminan peleando conmigo y no hacen nada con ellos. Entonces… la mayoría de las mujeres llega en crisis. Crisis existenciales profundas, lo que se llama emergencias espirituales, “psicosis” le llama la medicina alópata, momentos de empezar a escuchar a las otras que te habitan y pensar que te estás volviendo loca, porque el sistema dice que cuando empiezas a escuchar voces te estás volviendo loca. Nosotras, desde el chamanismo, decimos que cuando empezamos a escuchar voces estamos despertando. Tu alma en algún momento empieza a patear, y te manda señales, una se desentiende y entonces llegas al momento de la crisis.

Históricamente, en un período clave, la locura de las mujeres se relacionó con la brujería. ¿Qué pasa con eso?

Ahora es el despertar de la brujería. Ese parche que dice “Somos las bisnietas de las brujas que no pudieron quemar”, es así. Yo soy bisnieta de machi. Y somos muchas las bisnietas que estamos despertando para reinvindicar nuestra verdad. Y nuestra verdad es cada cual. Brujas son las mujeres libres. Las mujeres que eran dueñas de su tierra, las mujeres que manejaban sus vidas, sus cuerpos, a través de la curación, de la autocuración, de la curación entre nosotras, éramos mujeres libres. La mayoría empieza a escuchar a su bruja interna, todas tenemos una sabia interna, una maestra interior, un animal, un poder que nos habla. Eso es brujería. Cuando nosotras nos juntamos podemos mover lo que sea.

Háblame un poquito de este ritual que vivimos al comienzo. ¿Dónde nace?

El tambor es nuestra medicina… es ancestral, todas las culturas, todas-todas las culturas originarias tienen tambor. Y el tambor nos simboliza el mundo, el círculo, la luna y el pulso del corazón. Entonces, el pulso del tambor abre y habla de manera directa con tu corazón. Las Compañeras del Círculo nos formamos en una fundación de estudios chamánicos bien metodológica, aprendemos el método y luego lo desarmamos y hacemos lo que queremos. Estudiamos el pulso del tambor, cómo cierta cantidad de bits por segundo genera una alteración de la consciencia que te lleva al estado theta, a través del cual llegas a otros campos, lo que la física cuántica llama “dimensiones”.

El canto nos lo regaló una compañera de Colombia y nosotras lo hemos tomado como nuestro canto de lucha, y de decir: “No es por mí; un, dos, tres, por mí y por todas mis compañeras”. Nunca se pide por una misma sino que se pide por la comunidad.

Y esta comunidad que estuvo presente hoy aquí, ¿quiénes son?

Somos el Círculo Social de Terapeutas. Y ahí funcionan dos colectivas más, somos las mismas y un poco más. Es un laboratorio de autoconocimiento y transformación personal en dirección hacia la transformación colectiva. Siempre hemos tenido un problema con nuestra definición. Y eso es lo maravilloso, porque es dinámico, completamente anárquico. Y está la Defensoría Feminista, que trabajamos específicamente los temas de violencia, acoso, y maltrato, todas esas cosas que son lo mismo, manifestaciones del patriarcado en contra de nuestros cuerpos. Y también están las Lupitas del Sur, que son una colectiva de arte feminista. Llevamos cuatro años en el Círculo a pura voluntad, intención. Teníamos un sillón y tres velas cuando partimos, y aquí estamos.

Ahora háblame un poquito de tu experiencia, por ejemplo, ¿cómo está relacionada a estos grupos de investigación y de trabajo, los SAT?

Me enfermé gravemente en el año 2001, tuve cáncer y casi morí, por no decir que estuve muerta. Y en un momento se me reveló la vida. Me dio cáncer porque no había hecho caso antes, la vida ya se me había revelado, pero yo con mi soberbia marxista había seguido adelante. Entonces, ahí se me volvió a revelar ya más fuerte en lo físico, y empecé a buscar otras cosas porque lo que me proponía la alopatía me estaba matando. Y fui a hacerme una limpia chamánica, y en ese lugar había un panfleto, un volante del eneagrama de Claudio Naranjo… Yo había estado volando con Claudio Naranjo por el año 87, cuando andábamos recién leyendo a Castaneda y todas esas cosas, que no se podían comentar dentro del partido porque si no nos echaban. Y como había empezado la búsqueda llegué a los proto de eneagrama y ahí la persona que me entrevistó para participar del taller inmediatamente me invitó a participar de la asociación −no me preguntes por qué, porque no tengo idea. Y, como prendo con agua, dije: “Ya, a ver de qué se trata”. Y ahí me metí, empezamos a organizar los SAT en Argentina. Y ahí viví el primer SAT.

¿Qué es un SAT?

SAT en sánscrito significa verdad. Claudio Naranjo lo crea en Berkeley, en inglés sería Seekers After Truth, buscadores de la verdad. Verdad como la propia morada, el ethos personal, aquello que somos verdaderamente y no lo que nos han dicho que somos. Lo hace a través del eneagrama, y son diez días de internación contigo, tu ego, y el ego de 117 más… así fue en esa primera oportunidad. Es un laboratorio bien interesante, de mucho aprendizaje, se trabaja con herramientas como el eneagrama, la meditación, el teatro Gestalt, el movimiento espontáneo, mucho trabajo de clown, también hay bastante Gestalt. En algunos países se trabaja con medicina, acá no. Y sanación parental, Fisher-Hoffman, y un montón de cosas más… pero son niveles, son cuatro SAT. Ahí vas pasando por todas estas herramientas, y son procesos de búsqueda personal y, de pronto, a través de eso te das cuenta de que todo es mentira, porque te sientes tan identificada con lo que están describiendo de una personalidad que tú decís “cómo es posible que este caballero me conozca, lo escriba en un libro, si nunca me ha visto en su vida”. Entonces ahí ya cachas que es un programa, hay una programación cultural, son dispositivos psíquicos-culturales, psico-socio-culturales-espirituales…

¿Cómo se trabaja rompiendo el mito, esa programación que cada una carga?

Primero tienes que pelearte con todo el mundo. Después tienes que pelearte contigo. Por eso es morir, por eso es aprender a morir. O sea, a nosotras nos han enseñado montones de cosas, yo tengo la suerte y la gracia de haber nacido donde nací, con los padres que tuve, porque por ser ellos quienes eran me llevaron a preguntar muchas cosas desde muy pequeña, en mi fuero interno. No podía creer que todas las personas quisieran lo mismo, que tuvieran que obedecer…

Y morir es trabajo, es decisión… Yo creo que para eso es el chamanismo, ir más allá de lo evidente, ir a aquello que no nos atrevemos a ver, a aceptar, tu lado que llaman oscuro o sombra. Todos queremos la luna llena, yo celebro luna negra, no la llena que tiene mucho marketing. Este sistema, sobre todo con el judeocristianismo en Occidente, nos hace creer que existe una bondad absoluta, una perfección absoluta, y nosotras siempre estamos en falta, nunca llegamos, sobre todo nosotras, siempre nos falta un poquito. Entonces, la invitación a dejar morir ésa que no se acepta, que encuentra que no lo hace bien, que siempre le falta una moneda pa’l peso… El chamanismo me ayudó a mí a eso, y a entenderme también, porque yo escuchaba voces desde chica. A entender que nunca había estado loca. La esquizofrenia para el chamanismo es medicina. Entonces me enseñó a aceptarme y me ayudó a ayudar y a abrir camino a personas que sufren porque no encajan. Y nadie encaja, si esto está podrido, no puedes encajar…

Es difícil entrar en el chamanismo, y en la sanación, y morir, cuando vivimos muy en la mente y no bajamos, nos cuesta bajar, estamos arriba y nos cuesta sentir, nos cuesta vivir desde el cuerpo, vivir desde la emoción, sentir la vibración de tener una útera…

El chamanismo es vibración. Es un sistema cognitivo, epistemológico diferente. Otras creencias. Entonces hay que ir tomando pieza por pieza del otro sistema de creencias para que no entres en la verdadera psicosis, porque eso también existe: traspasar fuertemente la raya y quedarte allá. Cuántos cuentos hemos escuchado de gente que comió peyote y nunca más volvió. El peyote no es el que te deja por allá, es tu propio infierno el que te pierde… cómo nunca hemos visitado nuestro infierno… Y recuerda que la locura fue el castigo de nosotras. Nos declararon locas por muy poco, nos pusieron en manicomios, nos encerraron en conventos, nos quemaron. Y esa memoria −si de verdad somos todo y estamos en el todo− está en nosotras y en todos los seres vivos de este planeta.

A mí y a mis compañeras nos gusta mucho la práctica que crea Michael Harner porque lo que hace es como la marihuana, ¿viste?, es una planta sanadora de acceso libre, no necesito a nadie para acceder a ella, en cambio para todas las otras plantas medicinales necesito a alguien para acceder a ellas, un taita que me de la medicina. Este chamanismo que plantea Harner es un poco así: es asequible. Tú tienes un tambor, tú llamas a tus espíritus, tú practicas, y vas transformando tu ADN.

Yo creo que por lo menos algunas de las que estaban cuando tocamos tambor y que no son practicantes sintieron cosas, se les aparecieron cosas y vivieron cosas que no entendieron por qué se les aparecieron. Eso es lo que hace el chamanismo: te lleva, y te introduce y saca de dimensiones sin explicártelo. No hay que explicar nada, es la experiencia, y esa es la maravilla que tiene, porque es tuya, es experiencia propia, por lo tanto genera autonomía, poder personal. Por eso es peligroso, recuerda que aquí nos están encerrando a las machis, que son la fuerza espiritual que sostiene a las comunidades. Allá en Siberia Stalin buscaba con afiches a los chamanes, quemaban los tambores; en Noruega también se quemaron los tambores. Acá también lo primero que te quitan es el tambor, el kultrün en nuestra cultura.

¿Dónde cruzamos el feminismo? ¿Dónde atraviesa la sanación?

Cuando empiezas a ver. El feminismo a mí me atravesó la vida a los 24 años, en el exilio. Por cosas del Gran Misterio llegué al Primer Encuentro de la Mujer Latinoamericana en Canadá. Me equivoqué de workshop y descubrí lo que era la violencia psicológica de género. Entonces pude ver mi vida enterita, ahí, en ese momento. Y decidí separarme, y hacer terapia. Mi terapeuta me dijo que era la crisis de los 30, pero yo tenía 24. También mi mamá me enseñó que una lo que siempre tiene son las amigas, entonces siempre fui buena para ponerle oreja a mis amigas. Y, por alguna razón, siempre llegaban a contarme. Y yo encontraba que sufrían todas por lo mismo. Todas por un hombre. Entonces yo dije: “Bueno, acá hay un problema sistémico”. Pero tenía 28 años y todo lo hacía impulsivamente… Yo me dedicaba antes a mi profesión, comunicadora social. Entonces, cuando empezaron a llegar personas a mí, sobre todo mujeres, la mayoría con historias de abuso infantil, abuso sexual, maltrato, castigo−entendiendo por maltrato y castigo también la sobreprotección, porque te quita toda libertad− empecé a mirar, a cruzar cosas, y a entender que de lo que sufríamos verdaderamente era del patriarcado, que ese era el gran dolor que teníamos como sociedad, que el patriarcado se había instalado tanto-tanto en nuestras vidas que ni siquiera sabíamos cómo ser. Desde ahí cruzo el feminismo con la sanación, la mirada feminista es fundamental para sanarnos. Es feminismo y va a dejar de serlo cuando realmente caminemos por la calle tranquilas. Cuando no tengamos miedo a que nos violen, a que nos asalten, a que nos toquen, a que nos empujen. La sanación social y colectiva de la conciencia pasa por el feminismo.

Es complejo sanarse, de violencia de género, cuando la sociedad lo sigue avalando. Una se sana, se empodera, lucha, enfrenta a su violador, a su abusador y la sociedad no te cree, la sociedad te culpabiliza, te responsabiliza y una está al borde de la locura. Hay una misión más grande.

El primer paso para descolonizar el subconsciente es dejar de otorgarle poder a aquel que te ha oprimido. Cuando realmente llegas a tu morada interna no hay nada que te mueva. Y como creo profundamente en los espíritus y en los ancestros que nos acompañan, y que me acompañan, en términos personales, nunca me siento sola. Dice Michael Harner: “No estamos solos. Una vez que tú conoces la dimensión del espíritu, nunca más hay miedo”. Es difícil, es complejo, es duro. Rebelarte es un camino en solitario. Pero lo maravilloso es que estamos despertando muchas.